lunes, 24 de noviembre de 2014

Interstellar


Los que disfrutamos con intensidad del cine tenemos un lado infantil, que nos reúne a todos detrás de una película, y es que queremos que nos entusiasmen en toda alevosía, que nos maravillen, que por unos momentos nos dejen con la boca abierta, en una sensación que varía de lugar desde luego, pero de lo que hay que decir que existen propuestas de largo alcance mundial y mediático que intentan ese logro a la vera de lo universal, aunque no habiendo muchas al final con consumada perspectiva de cine arte o impronta individual (por debajo), sin embargo es ahí que Christopher Nolan y su hermano Jonathan Nolan entran a tallar perfectamente, en el que es un dúo de guionistas excelsos, de suma creatividad, sentido de la empatía general y dificultad argumental, sumada la dirección y autoría talentosa, dentro de lo cánones hollywoodenses, del primero. 

Los Nolan sorprenden a todo el mundo, una vez más, dando de qué hablar, incluso a los críticos, al mezclar calidad visual, complejidad y tantísimas butacas llenas. Christopher Nolan es en estos instantes vox populi, un eco continuo de discusiones y explicaciones, imparables halagos diáfanos y primarios, como de algunos pocos descontentos que tratan de luchar contra una feroz marea de cautivos. Yo, en ésta pequeña confrontación y apabullante desborde, que tiene un lado potente en el público de a pie, me posiciono dentro de los convencidos, si bien no pretendo ser parte de los acostumbrados fanatismos ciegos con cineastas famosos y admirados, ni abrumar o molestar a nadie con ningún apasionamiento –que los tienen la mayoría de personas, incluso los más serios- y su común redundancia, sino simplemente apuntar las virtudes y desencuentros (que los hay), de ésta nueva película que en lo personal, desde mi total independencia frente a algún bando, considero de las mejores del año.

Interstellar presenta un cierto reto para el entendimiento, no hay que negarlo tampoco, aunque viendo el empaque y algunos recurrentes recursos resolutivos de aire melodramático o simplistas. No se puede encubrir igual que Matthew McConaughey llora varias veces, aunque lo haga bárbaro, acoto. Con astucia se reduce el intrincado aspecto científico y el imaginativo sci-fi a algo tan universal como el amor, específicamente en el inconmensurable afecto de un padre hacia su hija y viceversa, así te dejas llevar sin mayores preguntas. Pero si nos ponemos finos, habiendo tanta complejidad argumental entre manos, teorías (tomando de base las ideas del físico estadounidense Kip Thorne) y nomenclaturas formales apenas pronunciadas para no agotar, nos hallaremos con algo que escapa mucho al conocimiento común. No obstante ésta propuesta teme el rechazo del público masivo, popular, habiendo de por si alta exigencia. 

Éste filme escapa mucho a nuestro background natural, ya que la ciencia es una materia que muy pocos dominan, y más en el uso de los elementos argumentales de la presente obra, aun cuando hay muchas libertades, hipótesis y temas sin aun verificación y con puntos en contra. Nolan juega a mezclar quintas dimensiones y agujeros negros con soluciones de un pasado por entender en el interior de un estilo mesiánico ordinario inmerso en bibliotecas borgeanas, asumiendo la intelectualidad a su vez como complemento, pero dejándola aparente y concesivamente en segundo plano frente a lo más básico, comercial, pero aun así valioso, aunque siendo normalmente sencillo de ver. Tomemos en cuenta que en la trama hay un claro lamento cuando se mitiga el saber o el trabajo mental de cara a lo básico, ante lo manual, en la agricultura, que exige a nuestra especie estar destinada a buscar solo su sobrevivencia, y pensar ante todo en el hambre, lo cual se critica con énfasis en lo que significa el personaje acartonado de Matt Damon.

Ésta propuesta maneja viajes en el tiempo, distintos enlaces espacio temporales y soluciones inter-generacionales de distintas edades individuales en mismos planos reunidas en una verdad que exhibe la trascendencia de la humanidad, en el emparejamiento con la mítica evolución tras la señal cósmica de un monolito que proclamaba como leitmotiv 2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, con la que se le ha comparado, y descargo que tampoco hay que cegarse con fanatismos que recurren a la infravaloración comparativa, en la que a Nolan se le achaca pedantería a lo que uno llamaría suma ambición, un necesario toque de egocentrismo, y personalidad, por no decir una mala palabra. Y es que a Kubrick, a quien confieso admirar en toda su filmografía y legado, se le tiende a sobredimensionar en ésta película que muchos ponen de primera obra de todo el recorrido del séptimo arte. Ya nos dirá el tiempo si Nolan quedará en la historia destacada del cine, lo cual ciertamente vislumbro. La trama se enfrenta al orden apocalíptico ecológico de una tierra absorbida por el omnipotente arrase del polvo, bajo señalamientos simples como el de un fantasma, junto a bastante complicados como el de una anomalía binaria de gravedad y relatividad, en el quehacer e identidad formal del filme en todo ámbito.

El filme que nos compete parte de encontrarse en toda libertad narrativa, por algo es una cinta de ciencia ficción (como de entretenimiento global), no hay que olvidarlo, y lo hace ver desde el arranque. La Nasa yace escondida bajo tierra con un perfeccionamiento increíble aun hablándose de secretismo, una tierra moribunda y ejércitos desaparecidos, con la única esperanza en pos de una ecuación que nos haga cambiar de planeta en otra galaxia como en un diluvio astral universal y una arca de Noé redentora en una elipsis temporal que incluye al protagonista, a Cooper, el astronauta, granjero e ingeniero interpretado por  Matthew McConaughey, cerrando el círculo en Gargantua en aquella abstracción visual tan lograda, cenit y meollo del asunto, tanto como polémica y extraña exigencia a lo que es ante todo imaginación y recreación, si bien hay un cruel plan B que deja mal parado al pobre Michael Caine.

Entre los personajes tenemos al decorativo John Lithgow como el abuelo y recuerdo de unidad familiar; a la solterona “virginal” Anne Hathaway, la solemne propulsora de la teoría del amor, pero a la orden del sacrificio ante la ciencia; a Casey Affleck como el hermano bruto que prefiere morir a dejar la granja y al que hay que arrear con un incendio; al actor Topher Grace con el que uno se pregunta si realmente era necesaria su participación o es que no servía ni de relleno, como compañero y quizá producto de otra elipsis en el futuro marido de Murph (rol de Mackenzie Foy como una muy emocional y caprichosa pero aun así excepcional niña); a Ellen Burstyn como una coherente y engrandecida anciana, de las que poco tiempo tienen para el resto, agárrese esa pequeña ironía, aunque ya deja demasiado en aquel lugar común: ¡eureka!; y sobre todo a Jessica Chastain y sus cuatro mensajes en dos décadas; también está el astronauta que pierde 23 años aguardando tranquilamente, entregado a la filantropía más prodiga, sin ningún rollo, en lo que parece un especie de milagro; y a otro astronauta que muerto ni se acuerdan de él más que en una línea. Eso sí, casi todos son necesarios al fin y al cabo.

En el filme se exhibe la intromisión natural sin presentación -propio de un estilo general- de máquinas voladoras fantásticas de punta y robots al estilo de un más subyugador y determinante H.A.L. 9000, de 2001: A Space Odyssey. También se exhibe toda una aventura a Júpiter (en dos años de periplo), semejanza que se comparte igualmente con la obra de Kubrick. Participan un agujero de gusano y planetas por descubrir (lo que implica en el primer descenso el adelanto del tiempo de una hora en siete años, el otro momento clave interconectado), a razón de la sencilla creatividad de agresivas devastadoras olas como muros o congelamientos poco habitables, para colonizar en nombre de toda la humanidad tras la bandera americana. Interstellar es una obra poderosa que al final es patrimonio mundial del prominente entusiasmo cinéfilo, agradeciendo sus casi tres horas de duración de entretenimiento, uno menos impenetrable de lo que se cree, y sin embargo, o a razón de ello, de lo mejor de su filmografía, una raya más al tigre.

Nolan tiene una estupenda filmografía y una racha ganadora, desde Following (1998), de estética y presupuesto humilde pero de ego imponente, levemente excedida, en medio de precoz madurez, en un discreto y atractivo aire noir clásico, bajo su modernidad contextual y su cualidad de thriller. Con ésta tenemos la obra maestra y cúspide Memento (2000), y dos joyas, la brutal El caballero oscuro (2008) con un anárquico y sublime Heath Ledger, y la audaz y coherentemente laberíntica Origen (2010). Tampoco son para nada despreciables las imperfectas Batman Begins (2005) y El caballero oscuro: La leyenda renace (2012); o la muy accesible, amable, pero aparentosa –aunque de eso trata, de la ilusión de la magnificencia, hasta lograr finalmente lo "imposible"- y harto divertida El Prestigio (2006), pasando por el remake de calidad, nueva versión, en realidad, y elogiosa personalidad pero algo inferior a fin de cuentas al oscuro original, Insomnia (2002).