sábado, 14 de marzo de 2015

Magical Girl


La gran ganadora del Festival de cine de San Sebastián 2014, Concha de Oro a mejor película y Concha de Plata al mejor director para Carlos Vermut en su segundo largometraje, uno que dejó a la mayoría contenta, tras el humilde tanto como potente éxito de su ópera prima Diamond Flash (2011) que le generó un grupo de fanáticos. Magical girl era la verdadera gran rival (en el espíritu cinéfilo) de La isla mínima (2014), aunque ésta última le duplicaba en nominaciones y era a todas luces la favorita de la Academia española, en los premios Goya, en donde Magical girl sólo se alzó con mejor actriz protagonista para Bárbara Lennie.

Una niña enferma terminal de cáncer de tan solo 12 años hará que su padre, un profesor de literatura desempleado, quiera cumplirle un sueño a toda costa, incluso corrompiéndose, al querer tener el costoso traje de diseño de un anime llamado Magical girl (mención especial de un Luis Bermejo muy natural, y una pequeña debutante Lucía Pollán que trasmite sentimientos y delicadeza sin esfuerzo), que lo llevará a chantajear a Bárbara, una mujer con ciertos desequilibrios mentales y un pasado “oscuro” en unión a un profesor de matemáticas que influenciado por ella termina en la cárcel. Éste filme me recuerda un poco aunque en otra variante a Belle de jour (1967) en una doble vida, cierta locura/fantasía y un silencio que mantener, en éste caso hacia el esposo psiquiatra y adinerado.

No es una trama muy compleja de seguir, pero mantiene la sorpresa, tiene un tono seco, austero, mínimo, en un estilo narrativo que rehuye la emotividad o el dramatismo exacerbado teniendo entre manos mucho de ello intrínseco –pensemos que hay una niña con cáncer como razón de ser y desencadenante- que como dice el propio director, Carlos Vermut, hablamos de víctimas convertidas en verdugos, habiendo una definición de España representada en la corrida de toros, en estar en medio de lo racional y lo apasionado, que no es una idea plus ultra, pero que éste buen thriller tiene muy presente.

En sí no es que el filme sea un lugar de extrema originalidad, aunque tiene virtudes, como que parece una obra en completo control, notando que hay ratos en que roza el ridículo y lo esquiva con seguridad. Contiene en su narrativa general cierto cariz de cómic, de sombra fantástica, algo razonable viendo que hay una fuerte alusión al dibujo japonés, pero que nunca pasa la línea, se mantiene en ésta tierra a fin de cuentas.

El aspecto de Bárbara es sutilmente particular, fuera de aquellas cicatrices en el abdomen, parece signada por la cultura de La India que de la nipona, en la vestimenta y en la marca en la frente, si bien al final luce mucho más como una audacia decorativa que un lenguaje o juego más oculto. Sin embargo puede verse como un contraste interesante en cuanto a lo sagrado frente al desequilibrio mental y la promiscuidad, que recuerda a Rompiendo las olas (1996).

Tampoco es en realidad un filme muy raro como muchos quieren pensar, aunque contiene ciertas extravagancias, hay la mención elíptica y artística de una sexualidad sin límites en la figura de una salamandra negra, un culto secreto al estilo de Eyes Wide Shut (1999), pero no está trabajado en profundidad como si lo hiciera Enemy (2013). Más parece un simple suceso que va empujando a la protagonista, a Bárbara (Bárbara Lennie), en el sacrificio para subsanar un gran error, que sirve de pretexto para manipular la devoción ciega, de esclavitud psicológica, de Damián (José Sacristán), como si estuviera dominado por fuerzas mayores, al estilo del poder mental de un vampiro sobre su siervo. Bárbara Lennie exhibe en su personaje una mezcla de madurez y desequilibrio, al igual que una inocencia enferma que proyecta consecuencias, en el desarrollo de una vulnerabilidad conceptual y posible fuerza en sus actos, como en la prostitución, y en ese trayecto destila fría sensualidad, lo que hace que su papel se consolide, sea tan rico y coherente.

La niña de fuego no luce como ninguna amenaza, son únicamente circunstancias, aunque sobrevuela un espíritu de magia, como el del juego de desaparición de la mano, y es que Magical girl es luminosa, gozosa, no a fin de cuentas macabra ni tan misteriosa, tiene de la esencia infantil y desconcertante de Bárbara (el eje), de lo que brilla el costumbrismo musical y la audacia tranquila como en el encuentro del vómito y la sangre, o que se baile al son de un anime en el Madrid de los despidos, los paros y la crisis.