viernes, 7 de agosto de 2015

El incendio

Se ha hecho mucho cine en el mundo y hay lugares que se repiten constantemente en el séptimo arte que sorprender al espectador con cierto background cinematográfico es complicado, por lo que muchas veces más importante se torna el tratamiento de la película que su originalidad, aunque aparezca de otra forma. En ese punto cae precisa El incendio, del argentino Juan Schnitman, donde se nos habla desde el título, de un estado de conflicto perenne que raya en la destrucción de una relación, la de los guapos treintañeros Lucía y Marcelo que a 24 horas de esperar pagar por su nueva casa no pueden contener la erupción del volcán en sus vidas y pelean por casi todo, desde el préstamo de parte de la cuota de pago del nuevo lugar por parte del padre de la chica, pasando por saber guardar con seguridad el dinero del banco, hasta al parecer desconfiar del otro, no contar sobre una enfermedad o sobre un ataque de menores a nuestro auto, en sí estar distanciados afectivamente, como en el dudar de dar un simple abrazo de reconciliación y un sinfín de pequeños detalles que van minando su situación, y van exponiendo una y otra vez que algo se quema, se muere.

Es un filme bastante bien trabajando, que tiene un arranque muy misterioso y curioso, sale la pareja guardando gran cantidad de billetes en unas bolsas sobre su ropa interior, con lo que uno se imagina un robo o que están pasando algo ilegal por algún lugar policial, sumado a que cruzan rejas de seguridad eléctricas, no habiendo identificación del espacio en que están, en lo que Schnitman muestra su ingenio para seguir alimentando la novedad de una historia aparentemente fácil de llevar, muchas veces vista, la que implica por cierta costumbre visual el agotarse rápidamente, pero que sin embargo siempre está generando algún impacto y atención, desde varios espacios como no solo la propia casa que están por abandonar, sino el trabajo de cada uno y los compañeros o jefes que tienen, uno como maestro escolar de chicos problemáticos, la otra como chef de un restaurante.

Puede que haya momentos carentes de verdadera creatividad, pero se trata mucho más de lugares de pequeña sorpresa común, además de que la narrativa y exposición es muy competente, quizá algo híper dramática y exagerada, como todo el filme (e igual ¿no nos hablan de un incendio?), pero saludablemente interesante y decente en general, como la llamada de atención en la escuela que crea una gran incógnita sobre algo grave y sumamente reprochable, y luego se descubre como algo menor en realidad, y en sí el filme no presenta más que discretos detonantes en sus problemática, pero acumulándose y dándole una perspectiva personal, como sobredimensionar una supuesta agresión a un chico de 16 años mimado pero delincuencial por una madre sobreprotectora, consigue el esperado convencimiento. Sobre todo en la relación, que tiene un cariz ligeramente violento, donde se juegan a las manos frecuentemente, son muy sensuales e intensos, en ello el incendio es también el fuego de su vitalidad, en que llegan a bajar la marea con una escena poderosa de sexo rudo que puede que recuerde a Relatos salvajes (2014), pero en sus formas descuella personalidad, en que ejercen brutees propio del calor de sus cuerpos y apetito nacido de tanta frustración, enojo y ausencia.

El incendio, que está en el 19 festival de cine de Lima, tiene a dos actores en completo estado de gracia, a Pilar Gamboa y Juan Barberini, que está demás decir que todo el peso lo llevan a cuestas, ella llegado un momento siempre al borde de tirar todo por la borda, proclive al llanto y cansada, pero aun dudosa con respecto a él, quien sensible y excesivamente analítico confunde los actos de Lucía y juzga bruscamente sin tregua su inconsciencia, se toma todo demasiado en serio, aparte de que como todo hombre piensa que como mujer exagera las cosas, con lo que no se percata de todo lo que le sucede, propiciando generar mayores dificultades, hasta estar contra las cuerdas y sentir el fin tan cerca y recién reaccionar, en las que son dos almas resentidas uno/a con el otro por nimiedades, cosas de toda pareja que magnifica errores y estados de ánimo, habiendo cierta soledad aun conviviendo, mientras yacen contenidos o fuera de sí, continuamente cambiantes, si bien llegado a un punto en el filme solo vibran los estados explosivos y emocionales, en la pugna de la desilusión y el querer aguantar, escapar un rato o para siempre, en eso la imperfección de ambos es desde toda arista palpable, que además consumen drogas de lo más orondos, en la naturaleza de la edad (otro motivo general).

Recrear muy fidedignamente y sostenida cada disputa es todo un logro del filme, dolor, pequeñez, esencialidad, anécdota y justificación otorgan mucho realismo y solidez al producto. No menos es la fuerza de los disgustos de Marcelo, es todo un espectáculo, en unos arrebatos desmesurados e increíbles (asoma incluso el desequilibrio, teniendo un arma, curiosamente un regalo nostálgico, y varias situaciones amenazantes en proyecto o entre manos, como algo latente y silencioso). Las discusiones son muy bien argumentadas y prolongadas, y aunque continuas, no exentas de seducción para con el espectador, que siente que es todo un largo trance, tanto que el tiempo, 24 horas, parece una eternidad, yendo de pequeño instante de conflicto a otro en una vida cargada de actividad al milímetro, en que se valoriza cada segundo y no se ve forzado, ya que están en plena cuerda floja, generando la gran expectativa de la pregunta hiperbólica que es el filme ¿seguirán como pareja, es decir, sellaran su amor con la compra sacrificada y compleja de su nueva casa, o cada uno tomara rumbo por separado?