lunes, 28 de septiembre de 2015

NN

Con el cine peruano existe de parte de uno -de críticos y espectadores- ambivalencia, por un lado está la conmiseración, la excesiva tolerancia celebratoria, y la empatía primaria con nuestra realidad y nuestro cine, el goce intrínseco de verse reflejado e identificado en nuestra cosmovisión, y por el otro está la realidad misma del trabajo en sí, que nos hace nadar a menudo en la desilusión, observando las tantas carencias y defectos, la falta de arte nacional, de lo que sopesando ambas quien escribe busca y espera por algo particularmente especial o decente, y en ese trayecto es que aparece NN como la merecida mejor película nacional del 2015 (y una aceptable representante a un posible cupo a los Oscar 2016), salvo que otra le arrebate el lugar a último minuto, como que se estrene y se pueda ver Videofilia (y otros síndromes virales), de Juan Daniel F. Molero, que ganó un importante premio, uno de los Tiger Award, máximo galardón del festival de Rotterdam 2015. Dicho esto, también hay que agregar que Paraíso (2009), la ópera prima en ficción de Héctor Gálvez, fue recibida con grandes aplausos por la crítica peruana, un filme que exhibía un aspecto documental, y tecnicismo estético a veces molesto pero original, en un cine social sobre unos adolescentes de una zona populosa y marginal llamada Jardines del paraíso, quienes trataban de volar fuera de sus limitaciones, en el que era un filme austero y por una parte típico, que en lo personal encuentro interesante, pero de entusiasmo sobredimensionado, a diferencia de NN en que hallo una notoria superación.

NN es un filme sobre la guerra interna, sobre las fosas comunes clandestinas, de cuerpos asesinados, exhumadas por forenses, en un filme donde su aspecto político es sutil y elaborado, fomentando un filme complejo donde la inteligencia del director se ve en reflejar el desinterés del estado y la falta de profundización de las investigaciones, más allá del dolor inmediato, en la imagen de trasladar y “abandonar” las cajas con los restos humanos estudiados en una azotea gubernamental, como quien arrima desperdicios o cosas inútiles en un lugar de olvido, todo bajo sufrientes silencios de los interesados y seres conscientes, en medio de la frustración y el apasionamiento por resolver sus misterios de parte de su protagonista, Fidel Carranza (Paul Vega), que con un rostro taciturno y agotado de la vida busca en su soledad resolver el caso de un sorpresivo noveno cadáver aparecido en una fosa, con la curiosidad de llevar en un bolsillo la foto de una mujer no identificada. Con él una humilde anciana de nombre Graciela (Antonieta Pari) reconoce la chompa de su marido perdido/secuestrado en 1988, por se supone militares, y tiene la natural fijación de encontrarle paz y sepultura, con lo cual la herida busca sanarse, pero es el deseo de Fidel el que predomina como mensaje en el filme, el de seguir indagando por el pasado hasta hallar la que es una pregunta sin seguramente posible respuesta final, con lo que la historia es un lugar oscuro que carcome ciertas entrañas. Y en ese aspecto el filme se mueve con gracia, con intelecto, sin por ello abandonar el llamado primario de las emociones, como con aquel encuentro del cuerpo de una niña asesinada, luego dejado en claro con la visión en vida de quien es y qué significa, un dolor enorme, como aquellas lágrimas de la forense.

La fotografía de la propuesta es realmente bella, sin ser de fácil cercanía cinematográfica, pero que sí tiene que ver con la ciudad (en un “gris” congruente con la lentitud de la película, mientras su temática nos toca de cerca), en colores terrosos y fríos, como los sentimientos que traslucen  los personajes, la historia, las perdidas y el sufrimiento de una guerra fratricida que deja crímenes sin resolver e impunidades, donde el culpable es gaseoso y remite a algo más grande, al conflicto mismo, quedando solo la punta del iceberg en la lectura de los cuerpos. Igual lo hace el paisaje breve de la Sierra.

La elegancia y el cuidado del filme sale a relucir en su narrativa y estética, poniendo a la ubicua naturalidad criolla, por la que el espectador primario clama, en un personaje como el de Lucho Cáceres, dejando el lugar común de un actor como Manuel Gold a un ratio atípico a él, donde mira, apenas habla, interviene poco, yace serio. El diálogo posee espontaneidad y realismo, sin lo chabacano, aludiéndose indirectamente como en las bromas llanas pero no excedidas durante el cumpleaños de una de las forenses o en los intercambios de posturas sobre revelar o no el aspecto de un pedazo de rodilla como único resto de un difunto a sus familiares, en que deben ser profesionales, sin embargo es inevitable no sentirse involucrado internamente. El uso de la crueldad o frialdad de los homicidios yace bastante tratado, a veces obviamente, aunque las palabras claves yacen elípticas.

Por otra parte el aspecto social, las diferencias de clases, entre el doctor y la empleada, entre Graciela, su hijo y el doctor Fidel Carranza, están muy bien trabajadas, viéndose mínimas pero perceptibles, alternando un trato educado, sin caer en lo políticamente correcto o falso. El filme es lúgubre como su protagonista, como esos cuerpos estudiados como objetos, de forma fidedigna, sencillamente creíble, pero a los que remite un silencio largo y discretamente melancólico, profundo, de respeto, como con aquella luz que anuncia una gran incógnita, y luego un vacío enorme. La sequedad del filme es muy valiosa, pero que tiene ratos dosificados de respiro, incluso en la expresión de Paul Vega, un actor experimentado, no siempre tan descollante, pero que ésta vez da en el clavo, muestra madurez como artista, y queda idóneo en la complementariedad con el sentir de las trágicas ausencias, que a su vez remiten a la pérdida en sí, más que a las causas que no se discuten, éstas quedan para otra película. El llevarse a alguien y desaparecerlo extrajudicialmente es la razón que importa, como la retribución del gesto en las alturas de gente invisibilizada e idealizada, aludiendo ponerse del lado del débil, del pacifismo, desde una mirada actual, la que trata de pasar la página, cuando el título indagatorio de NN remite a la incómoda e injusta nada.