sábado, 7 de noviembre de 2015

Puente de espías

La nueva propuesta del genio Steven Spielberg, con guion de los hermanos Coen, es una buena película, que en sí es llamativa (la historia verídica de un intercambio de espías en medio de la guerra fría) pero desprovista de aparatosidad y demasiada trascendencia como obra (que no sea la magia de conmover y movilizar que Spielberg mantiene intacta), y que podía ser de tremenda pesadez (como Lincoln, 2012, pero que resulta interesante, dentro de otra introspección del derecho), tratándose de una propuesta seria de espías de más de 2 horas, pero que deviene en una entretenida, amable y sencilla película, muy bien desarrollada, con un Tom Hanks como el probo e intachable abogado James B. Donovan, de lo que la inteligencia de Spielberg se imprime no en crear un protagonista ideal, como muchos pueden creer y hasta criticar amparados en la ambigüedad de los personajes que tanto subyuga y complejiza el panorama de una trama, sino en contrastarlo con lo que piensa la gente de él, y ahí yace la jugada central del filme, a la que hay que prestar atención, de lo que Donovan es visto como un especie de traidor, como tan llanamente hace ver su preocupada esposa (articulándose la idea del verdadero nacionalismo) cuando juzga al espía ruso y cliente de su marido, por más que el abogado americano le explica coherentemente que no es así, que Rudolf Abel (Mark Rylance) no es un traidor, sino un hombre que sirve lealmente a su país, y que es lo mismo que haría un norteamericano, por lo que es mejor no enviarlo a la silla eléctrica y poder tener un aval para el futuro, yendo más allá de la razón humanitaria, que la hay también, ya que Donovan dice muy sabiamente pero sin ínfulas de intelectual que todo ser humano vale, y no solo lo habla, sino lo pone en práctica, con el estudiante americano atrapado tras el muro de Berlín (en ciernes) y pre-visualiza las diferencias de entonces de los gobiernos de las dos potencias, estipuladas sin ser recurrente ni remarcarlo (bien explicado con unos niños que juegan trepando un muro en New York, conjugándose con el intento de traspasar la frontera entre las dos Alemania y ver gente morir en el intento, desde la cotidianidad del metro que sirve como auscultación de complicidades y conflictos).

Se ve la madurez de Spielberg, si se quiere, dentro de pedir lo negociable en su arte y tipo de entretenimiento, en que no existen exageradas diferencias entre el trato de Rusia y EE.UU., en realidad, aunque si mayor perspicacia, nobleza y, por supuesto, participación del lado americano, porque puede que los comunistas tengan más firmeza en sus interrogatorios (como desconfianzas más vulgares), pero ¿el trato luce impactantemente cruel?, parece más bien juego de niños, si hablamos de tortura, como tirar un baldazo de agua fría y no dejar dormir al preso (no hablemos de métodos, lo que se ve es bien ligero).

Queda claro que Spielberg pretende hacer valer lo que más importa en EE.UU. que es dicho en una conversación indicando practicidad, en cuanto qué hace a alguien un norteamericano en medio de su cosmopolitismo y su enorme migración, y es la constitución, por no decir los valores, y el ideal del pueblo, y demostrar que en su país hay respeto por la ley, o existen hombres que lo pretenden así, por más que existan odios en el desconocimiento de los principios, que puede ser una mirada naif a un punto, pero revela una vocación de identidad y orgullo, de verdadero nacionalismo, uno puesto  a prueba, como un mensaje de que el ideal nace en el reto de salvaguardarlo ante una gran exigencia.  Y es que no todo debe ser oscuro, cuando el séptimo arte de Steven Spielberg es conocido, vale, por su luminosidad.

Donovan es odiado por la gente de su país, por defender legalmente a un espía ruso, tras un mandato superior que el asume más de lo esperado, de lo que Spielberg hace ver una noción muy firme e inteligente en las apreciaciones del abogado americano, que lo ve todo fríamente, con alcance real, aunque queda más explícito, y hasta con humor, con el impasible Rudolf Abel que siempre saca algún chascarrillo seco de una situación tensa. Yace en lugar de la mirada lógicamente humilde de las mayorías, esa que ve con alarma una guerra atómica, bien reflejada en las medidas prematuras e infantiles del pequeño hijo de Donovan (como los niños presentando respetos a su nación), con lo que la honestidad del abogado americano es repudiada. Esto sin exageraciones, el sentido principal es otro, claro, mientras Spielberg todo lo muestra con mucha tranquilidad, más recato y delicadeza de lo que uno esperaría, en las miradas serias y atentas de la gente en el metro, y menos en un atentado contra la casa de nuestro héroe, que no tiene verdadera dimensión, que parece estar por cumplir, ya que más prevalece la desmitificación, como de la CIA que se le ve muy normal, sin audacia ni perversidad, como que lo llamen y le pidan directamente que sea un infidente del espía ruso. 

Entra a tallar una cabalidad que muchos no creen que exista, aunque visto el tiempo del filme (fines de los cincuenta, comienzos de los sesenta), es como recuperar un orden perdido. Sin embargo es puesto en duda Donovan, pero como dice el propio protagonista, no importa lo que crean los demás, sino lo que es, lo que ha hecho uno y sabe, y entra a tallar no solo la afirmación condescendiente y por encima del mundo que huele a veces a cuento, la de un Boy Scout, sino el honor, la valentía y la seguridad que respalda a Donovan en la trama y en los hechos reales (siendo un hombre común, ahí vemos que le roban el abrigo sin nada espectacular), como que el piloto norteamericano no es igual de leal que Rudolf Abel, que siendo el enemigo es retratado heroicamente a la par del rol del muy talentoso, tan resuelto y natural, Tom Hanks. Es una historia que verdaderamente apuesta a la bilateralidad, en lo posible, aun bajo un tema de común maniqueísmo (¿no suele ser la URSS el demonio?, pues eso sobrevuela).

Rudolf es esa ambigüedad que le piden a Donovan, aunque intrínseca, ya que prevalece otro sentido hacia su persona, que colinda con la admiración. Pero de lo que se trata su trabajo es permitir sacar información para el desarrollo de una guerra atómica y la posible muerte que implica con ello, de norteamericanos, si bien es más pura táctica y control espacial, como que la mirada del filme llega finiquitada la guerra fría, no pretende anacronismo, y desde luego, tiene como público asiduo a la propia Rusia con la que confraternizar, visto en la relación del abogado norteamericano y el espía ruso, la URSS es el pasado. Donovan es probo pero su gente no lo cree así y se manifiestan los matices en el personaje desde otras formas de expresión. Tampoco es que uno tenga que estar de acuerdo completamente con lo que presenciamos, pero sí que en el transcurso veremos que había coherencia más allá del mensaje simpático, sobre todo que existen justificaciones, como la practicidad de la condena, convertida en una previsión de futuro beneficio de intercambio, una noción de estado de derecho como nación y razones humanitarias con el menos pensado, que terminan generando injerencia en el pensamiento ajeno y como sobrellevar una guerra y con ello evitarla, lo cual a un punto hacen de Donovan un tipo ladino y visionario. Me parece audaz ese pensamiento, cuando uno siempre tiende a creer que en el derecho prima la conveniencia económica de unas aves de rapiña, y aquí el mensaje es otro, es la honra plena de un trabajo, el de defender la constitución, ante todo, en que todo hombre merece una defensa y un juicio justo. Discutible, pero una perspectiva interesante que revalora ciertas acciones. Defender a un criminal, un enemigo de la patria, no es cosa fácil, y menos pedir incluso una apelación, con lo que Donovan se convierte razonablemente en otro enemigo. Esa es la verdadera “hazaña” del filme, que uno haga lo correcto sin importar la imagen, hacer del probo un enemigo, y del enemigo un tipo probo.  El resto es entretenimiento.