lunes, 14 de diciembre de 2015

Trilogía existencialista

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014) cierra la llamada trilogía existencialista, del sueco Roy Andersson, película que se hizo merecedora del león de oro en el festival de Venecia 2014. La trilogía tiene en común el formato, vivido a través de viñetas o pequeñas historias “independientes” entre sí, que varían en cantidad. La trilogía tiene la misma temática en común, la sombra de la pesadez y la derrota, la dificultad de existir, entre otras auscultaciones secundarias. Algunos fragmentos cuentan con continuaciones narrativas y un tipo de centro en cierta trama más trabajada, siendo la segunda parte de la trilogía la de “mayor” libertad, pero es, sea dicho, la menos cautivante, aunque adiciona la música como complemento, apreciando que la mejor escena que tiene es con el sueño de una fanática enamorada de un músico de rock en un matrimonio cool perfecto.

La trilogía también tiene en común la cámara estática, un cromatismo identificador del grupo (en la última en marrones y amarillos), la adscripción por lo general de lugares casuales como escenarios (el bar clásico, pequeñas habitaciones y austeros apartamentos, la simple calle, lugares de negocios, entretenimiento y trabajo, espacios de consumo, ventas o restaurantes), un quehacer de cierto absurdo o particularidad, aunque también hay mucha ordinariez, mientras otro tanto parte de un aire surrealista (la segunda, Du levande, 2007, es entendida como un sueño completo con aquella llegada de los bombarderos), bastante humor negro o, en cambio, suma sutilidad e ironía, en una trilogía formada por tragicomedias, con a su vez unos pocos momentos de plenitud luminosa, además llevan alguna crítica política, social, militar, religiosa o histórica, y una cantidad de sólidas y bien trabajadas metáforas, como en la primera película de la trilogía, Canciones del segundo piso (2000), en el sacrificio de una niña a manos de la clase dominante creyente en milagros, los que aun sabiéndolos infantiles apuestan por lo imposible; y luego la llegada de la caminata de los fantasmas/zombies hacia el abandono y la soledad, tras el arrojo de los crucifijos como medio trunco de subsistencia.

La trilogía existencialista es un llamado a analizarnos como seres humanos, incluyendo no solo nuestros tantos pesares, sensibilidades, locuras y extravagancias, dentro de monotonías, necesidades y obligaciones peleadas con nuestra trascendencia, sino por su parte nuestra crueldad, la dificultad de la convivencia social, las limitaciones humanas, los defectos.

Se trata de una trilogía donde brillan nuestras eternas frustraciones, en un conglomerado que describe a la humanidad en los rasgos principales, como quien busca exhibir el abismo para salir adelante, verlo con una cierta sonrisa, bajo un poco de dignidad y distancia, aceptándonos y valorando lo grato. En la tercera de la trilogía dígase esos pequeños momentos de aire como con la madre con el cochecito en el parque o la bella pareja tendida en la arena a las afueras de toda esa pesada urbanidad expuesta en profundidad de campo. A pesar de todo sin pesimismo, como podría uno creer que va la trilogía ante tanto golpe de la realidad, ya que el tono y las audacias indican todo lo contrario, como el cierre de la tercera película, en el señalamiento estricto de que es miércoles, no jueves, ni martes, indicando cotejar la realidad tal cual es, cuestión personal de cada uno, para salir de cierta mecánica agobiante, en la búsqueda de una puerta a la propia felicidad. Existe un grado notable de reflexión dentro de lo desdramatizado, bajo un “realismo” e identificación con distintos atenuantes, en lo estrafalario, lo teatral, lo cómico, lo atípico, lo fantástico, lo insospechado o lo vergonzoso, incluso lo supuestamente vacío y llano, donde radica parte de la originalidad de la propuesta.

El centro temático de Una paloma se posó en una rama... lo representa claramente su título, en 39 episodios. Primero como apertura con un hombre observando un ave disecada sobre una rama en un museo, en el sentido de que no nos dice nada (no obviar esas caras maquilladas, enharinadas, pálidas, que remiten a lo circense, histriónico y festivo, a lo felliniano), luego seguido más adelante con el recital de una niña síndrome down con un poema que atribuye al dinero como bastión existencial, es decir -uniendo los cabos- que no vale la pena sufrir mentalmente por la realidad inmediata. Más tarde nos muestra como guías a dos vendedores de entretenimiento, negociando la máscara de un viejo con un solo diente, unos colmillos de vampiro extra largos y una bolsa que ríe (que ellos llaman respectivamente lo innovador, lo divertido y lo clásico), quienes tienen mil problemas de retribución y cuesta tomar en serio, una lectura polivalente de hacer cine o como se ve hoy quizá.

En una metáfora ingeniosa y ardua de la última película de la trilogía de Roy Andersson yace un mecanismo tipo dinamo gigante -similar a un barril de cerveza- girando por medio de fuego, como aparato de tortura y explotación de unos esclavos negros en manos de unos colonos, para ser vista por gente privilegiada y tipo participes de un espectáculo clásico. Esto puede ser el orden de la monotonía de la vida de la clase trabajadora que sirve de luz a la sociedad y su statu quo, al igual que una lectura del pasado, ya que se dice en una línea continua, que el país no ha pedido perdón aún a un tema no especificado, en el que es otra ocasión de surrealismo tanto como deber social, tal cual una reminiscencia al cine de Buñuel. Como complemento están otras dos grandes escenas. Una es la aparición de El rey Carlos XII, un rey sueco muy joven, y su camino a la guerra que definió su vida, la Gran Guerra del Norte, el que con su séquito ingresa a un bar en pleno siglo XXI e impone su normativa, para finalmente tomarse una gaseosa. La otra es que luego regresará moribundo y derrotado, de donde sale un mensaje variopinto en una canción popular de fondo, que uno pierde de vista producto de la mayor fuerza de subsistencia del mundo: el amor, que es la forma de visionar por debajo la realidad de aquel verso (Amadas las personas que se sientan) del poema “Traspies entre dos estrellas”, de Cesar Vallejo, que yace de lema en Canciones del segundo piso que describen el existencialismo de éste primer filme de la trilogía, un verso que señala el éxito escurridizo, el relajo anhelado y el afecto intrínseco a los que no lo logran o yacen sufriendo.