viernes, 4 de marzo de 2016

El apóstata

Tercera película, tras Acné (2008) y La vida útil (2010), del uruguayo Federico Veiroj que mereció una mención especial del jurado y el fipresci en el festival de San Sebastián 2015, que con ligereza hace una pequeña comedia de la vida de un treintañero llamado Gonzalo Tamayo (Álvaro Ogalla) que es algo vago (el eterno estudiante), relajado como todo muchacho, de cariz inmaduro, pero también una buena persona, muy imaginativo, donde se aplica cierto surrealismo, en tratar de imponerle culpa en la decisión capital que implica el título, con el chisme que llega a su madre cuando todos yacen desnudos en un jardín edénico; o en los momentos -en tono de broma- que se presenta metido en el laberinto, la satanización, el castigo y la subyugación de la iglesia católica.

Gonzalo Tamayo tiene ganas de trascender, por eso quiere apostatar de la fe católica, pero antes debe enfrentarse a la burocracia eclesiástica que tiene sus métodos de persuasión y legalidad para que no sea tan fácil renunciar, habiendo escenas en que la nobleza de un párroco y la sapiencia de un obispo cotejan la voluntad de Gonzalo, que es algo blando, pero también absurdo e impredecible y hasta alguna vez cruel. El filme de Federico Veiroj es curioso, a pesar de su sencillez formal y de tener momentos de sequedad, aunque al final surja la salida en un desenlace de comedia híper laxa bajo el advenimiento de una simple anécdota preparatoria.

Gonzalo vive dando clases a un pequeño y tierno vecino amante del diccionario, hijo de Maite (Bárbara Lennie, que no tiene ningún gran papel en el filme, poniendo Veiroj toda la extravagancia y libertad escénica en su protagonista); acostándose con su prima Pilar (Marta Larralde), por costumbre y sin preámbulos; simplemente dejándose llevar por la vida, similar a la música disonante que escucha(mos), o con su sonrisa cómplice, habiendo un cierto sentido de incongruencia esbozado en el conjunto, aunque el director falle finalmente por lo ortodoxo, como en el perpetrar de un sueño.

El protagonista es un tipo cualquiera, un hombre sin muchas metas, por lo que la apostasía le viene como la gran lucha de su existencia, defendiendo un derecho, un lugar en el mundo y la que cree una causa noble, coherente y redentora en su monotonía y vacío, ese tal cual se ve en la apertura del filme donde Gonzalo yace comiendo pipas mientras descansa en el pasto, sin hacer nada que no sea mirar a su gran rival (la iglesia católica), que tiene muy poco de intimidante, en donde implica una huida que me retrotrae a Habemus Papam (2011), albergando ironía y alguna pequeña queja (con respeto y recato), que hacen de ésta propuesta una irreverencia discreta, pero entretenida.