lunes, 11 de julio de 2016

Maria do Mar

Mediometraje de unos 35 minutos de duración, del portugués Joao Rosas, que es una película coming of age, un típico lugar de ternura sin rubor, aunque sin exagerar, de romanticismos, de simpatía y empatía básica, en la historia de un chico de 14 años al que se le presenta la atracción sexual por una mujer especial, la del título, mayor que él, reservada, inteligente, poética, idealizada como primer amor, un amor de verano, en una propuesta que se enfoca en la atracción heterosexual, la seducción femenina innata, los lazos de pareja, el amor a secas, en un quehacer platónico, de maravillarse con una fémina cuando suele habitar el desinterés general, creándose un despertar, mismo momento en que el muchacho protagonista, aprendiz de mago y quien vive su edad, ve desnuda a Maria, quedándose pegado a la visión de sus hermosas y bien formadas tetas, parecidas salidas de una pintura célebre o una postal de un lugar idílico.

En la trama reside una pequeña visión surrealista, en un mítico abuelo mujeriego maestro, un comerciante viajante, tramposo en su seducción pero un campeón con ellas, ladino, algo vulgar, humano. Mientras la pasión del muchacho por una belleza particular que nos mata de amor se asemeja a la inspiración del tortellini. Detrás de la brevedad de la intrascendencia de un fin de semana en una casa de verano a puertas de Sintra, Lisboa, donde se deja ver a un Gizmo maltratado por el amor, mirando por un vidrio como sus amigos cercanos a los treinta intentan llamar la atención de ese objeto de deseo que representa Maria para todos. Sumergida en su propio mundo, indiferente al resto, aunque de trato amable, sencilla. Como ese que descubre nuestro joven protagonista exhibiendo una sonrisa ante la experiencia, al son de la canción pop Amor desesperado (1983), de la cantante italiana Nada Malanima.