lunes, 4 de julio de 2016

Taxi Teherán

Sentenciado a no poder dirigir películas, no dar entrevistas ni a viajar fuera del país, el talentoso director iraní Jafar Panahi ha demostrado ser un hombre coherente consigo mismo, tanto fuera como dentro del arte, e igualmente valiente, como a la par (lógicamente) rebelde, también noble en el compromiso, y audaz con aquellas prohibiciones del estado que lo han señalado de atentar contra el orden islámico de su país, que en la realidad es estar contra las tantas limitaciones de la libertad natural de todo ser humano, viendo que la obra de Panahi refleja un deseo contrario a la castración de la vida normal de cualquier ciudadano occidental o común en la mayoría de sociedades, donde como vemos en la presente película está censurado discutir lo político y social, acallando de esa forma no razonar casi ninguna problemática nacional, lo que es llamado  de realismo sórdido, al igual que exigir evitar la atribución de ser denominado de pesimista, propiciando una mirada ligera, lejana o nula e indiferente a la realidad imperante que pide cambios y diálogo, como no tratar los males que aquejan al país, sea la pobreza, la violencia, la igualdad de género, la pena capital o la libertad de expresión artística, pidiendo un sinnúmero de reglas que implican yacer en la imagen islámica que impone el régimen político y religioso iraní, como hasta lo más banal y nimio, no usar corbata, y tener nombres islámicos, ser tradicional a la fe reinante, que implica el cómo deber hacerse cine, para ser aprobada su comercialización o su cualidad  de apertura general o de estar limitada a pequeñas esferas, dicho de paso que Taxi Teherán no cuenta con los créditos finales, es decir no tiene la venia del estado censor.

De lo que se trata la propuesta es como implicaba la premisa central de Esto no es una película (2011), el primero de los tres filmes que han seguido a las extremas restricciones cinematográficas de este director, al encierro domiciliario temporal, documentar el trabajo de director sin poder hacerlo, “engañando” al régimen, por lo que inteligente como subrepticiamente con ironía Panahi se convierte en taxista, recorriendo las calles de Teherán, interactuando con pintorescos pasajeros, que hacen de reflejo de la realidad del país, tocando muchos temas que yacen prohibidos, pero en lugar de hacerlo retando al gobierno, lo hace en un tono amable y relajado,  bastante humano. Con lo cual no quedan muy lejos películas como El globo blanco (1995), apreciando además que hay retratos y experiencias en el taxi que recuerdan a toda las obras de Panahi, pero en lugar de aducir vanidad, se trata de la demostración de un compromiso con su sociedad, denotando que ha tocado los temas propios de la realidad más acuciosa. 

Dentro de los pasajeros tenemos a un vendedor de delivery de Dvds piratas, que salta la censura y promueve el cine de Woody Allen o las series americanas contemporáneas, al mismo nivel que películas de cine arte de latitudes como las de Bilge Ceylan, que no presentan otro tipo de difusión nacional, y se habla de una necesidad, como para estudiar el cine, que incluye a Panahi como un antiguo comprador; o por mencionar otros pasajeros, surge un especie de foro con una profesora de escuela  -una intelectual, digamos- y un trabador no identificado –un hombre ordinario, del pueblo llano- sobre la delincuencia –robar llantas- y la cruda, inmisericorde, o, justa, necesaria, pena capital, y por otro lado, la lucha modernidad contra tradición. También imposible no mencionar a la abogada silenciada por su propio gremio, que carga un simbólico ramo de rosas rojas, que invocan pasión, resistencia, honor, afectos identificadores. Y en especial a la sobrina de Panahi, Hana Saeidi (quien recogiera el oso de oro de la Berlinale 2015, y terminara derramando lágrimas de emoción por la situación de su tío), que es una carismática, locuaz y lúcida cineasta en progreso, la que discute directamente que justifica la aceptación de las películas por parte del gobierno, producto de un trabajo escolar, llegando a contextualizar un caso que surge casi de la nada, con un niño reciclador que encuentra dinero que no pretende devolver, como la circunstancia del amigo de la infancia de Panahi cierra el círculo con ella, remitiendo a las discusiones que propicia la niña, la pobreza, lo correcto y el libre albedrio. La que recuerda la igualdad que clama la femineidad iraní moderna, como en Offside (2006).

Por otro lado, es trascendental el sentir de si es verdad o actuación todo el asunto de esta road movie, que tiene seguramente de impresionante preparación (tal cual se ve didácticamente en Esto no es una película, donde Panahi, a la par de dotado de una prominente imaginación y sentido del espacio, es un perfeccionista y gran detallista, un creador de gloriosa naturalidad escénica), como de pasmosa espontaneidad complementaria, y hay un juego con ello, hay pasajeros que lo reconocen al director, y señalan como que estamos en un falso documental, pero nada se comprueba, sobrevuela algo de misterio, aunque todo apunta a la genialidad directriz ficticia de Panahi, y que uno deja en término medio, como una docu-ficción. Aunque hay momentos cómicos y muy cinematográficos, como el anciano herido caído de una motocicleta que quiere dejar su herencia a su mujer en el video casual de un teléfono celular.

El tener una cámara rotativa “oculta” en la parte frontal central del vidrio delantero no impide que la filmación tenga un muy destacado y limpio registro, y un uso profesional de las tomas, logrando una elaborada y completa narrativa, muy distinto al intento precario de Esto no es una película que tenía un cariz amateur y, valga la redundancia, casero, la de una home movie, más allá del logro de sobrevivir a una dictadura, y plasmar en qué consiste la vocación del arte y como se perpetra el cine, encerrado, censurado, pero libre mentalmente y con intrepidez.

Taxi Teherán aparte del excepcional talento de una estructura y creatividad milimétrica donde se perpetra la ilusión del tiempo real, la de una salida en taxi que fluye sin parar hasta desembocar en la paranoia del régimen, tiene una estética de gran nivel, y no solo es enfrentar al gobierno, que desde luego, resulta un paso osado e importante, pero hay que destacar que no faltan las formas haciendo arte de este filme de muy merecido premio en el festival de Berlín, con esa bella humildad y calor de las mejores obras iraníes y la filmografía de un Panahi que logra ser un personaje simpático típico de su séptimo arte.